Por Patricia Segovia T
Como le he estado haciendo en los últimos tiempos, me permito sugerir escuchar la canción “Volare”, ( y si es interpretada por “IL Volo”, mejor) en algún momento de la lectura de este escrito.
Hace muchos años, mi hermano y yo, queríamos comprar un auto. El jefe de (mi hermano) Pepe, vendía el suyo y según, por ser para José Luis, se lo dejaba muy barato. Jóvenes, inexpertos, “mensos” pues, juntamos todo lo que teníamos ahorrado y se lo dimos para aprovechar la “oportunidad”, quedando un saldo a pagar en 3 meses.
El auto estaba fatal. Era un “Volare” que ni las llantas tenía buenas. Para poder ponerlo a circular, le encargamos a mi hermano Beto que se hiciera cargo. Él era más joven, y más listo.
Después de muchos esfuerzos, logramos que el auto, automático, lograra circular y el primero en manejarlo fue Alberto.
Mientras Pepe y yo seguíamos siendo clientes del transporte público, Beto, se llevaba el auto a todos lados y paseando con la novia.
En cierto día, quedé de prestarle el coche a un “personaje de la histeria”, pero Alberto y el carro, no aparecieron. Por fin, cuando llegaron, le quité las llaves y a la siguiente mañana, irresponsablemente, me trepé al frente del volante y obvio, lo estampé en la cortina de una tienda.
El auto paró en el taller y yo con un tobillo lastimado, un gran susto, además de sentirme superlativamente idiota. Algo curioso es que, en toda esa jornada, me la pasé burlándome de mi misma con mis compañeros de trabajo y el “personaje de la histeria”, pero en cuanto me quedé sola, lloré y prácticamente, no podía caminar.
Al transcurrir unos meses, Beto nos propuso vender el “Volare” y comprar un “Renault”, para convertirlo en taxi y así contribuir al muy necesario gasto familiar. No pudimos negarnos y nuestra inversión paso a ser otro auto viejo.
Transcurrió el tiempo y nada. El “nuevo” auto seguía siendo del uso exclusivo de Beto y su novia.
Pepe y yo, decidimos que queríamos nuestro dinero de regreso. Ya les había dicho que Alberto era el más listo de los 3 y cuando hizo cuentas, por poco terminamos debiéndole. Nos dio una cantidad de dinero que no alcanzaba para ningún vehículo que circulara en cuatro ruedas.
Debo aclarar que Alberto, fue un adolescente; rebelde, inquieto, intenso, pero con los años, se convirtió en un profesional muy apreciado y exitoso. Fue un padre excepcional, un amigo inigualable un gran hijo y hermano.
No, no crean que esto fue en la década de los 60´s o 70´s, fue en los 80´s.
Al ser una familia numerosa, nos faltaban muchas cosas en casa.
En una ocasión, en una rifa en su trabajo, mi papá se ganó un reloj de oro blanco con “piedritas”. Estaba hermoso y ya me veía usándolo cuando mi mamá se descuidara, pero ella decidió cambiarlo por una licuadora y una “olla express”.
Les contaba párrafos arriba, que eran los ochentas y en casa, nuestra televisión era “blanco y negro”.
Después de platicarlo, Pepe y yo decidimos dar una sorpresa a la familia. Fuimos a comprar una televisión a colores ¡con control remoto! Y una lavadora.
Además, la compramos en “Liverpool”. El día acordado para la entrega, les pedimos a todos, que estuvieran pendientes de algo que iba a llegar, solo les solicitamos que lo abrieran hasta que ambos, estuviéramos en casa. Pepe y yo, teníamos la espantosa costumbre de trabajar como si nos gustara y nuestros jefes, actuaban en consecuencia, pero ¿qué creen? eso, también es otra historia.
Nunca habíamos sido esperados en casa con tanta emoción. Para mi familia que llegara algo en un camión de una tienda tan, aparente inalcanzable para nuestro nivel económico, fue todo un memorable evento. Llegamos y empezaron a abrir las cajas. A la lavadora, solo le hizo caso mi mamá, pero la televisión, fue una gran emoción. Era una “Hitachi”, la que creo que hubo una en cada casa en México. La pusimos a trabajar de inmediato. Mis pequeños hermanos estaban fascinados. Por supuesto que habían visto televisiones a color, pero ésta, ¡era suya!
En ese momento, Pepe y yo, estuvimos totalmente convencidos que fue la mejor forma de gastar el dinero que habíamos invertido originalmente en el “Volare”
El carecer de muchas cosas, hace que lo más simple y cotidiano para los demás, al obtenerlas, brinde un momento de felicidad inolvidable.
Fue una tarde de julio, muy lejano de la celebración “del niño”, pero la felicidad que se asomaba en los ojitos de mis pequeños hermanos, hizo lo que debería ser siempre para un niño: Su día.