Tercera y Ultima Parte
Por Marco Antonio Mondragón Díaz
El pequeño recorrido de Las Lechugas a San Marcos se le hizo a eterno a Felipe, su Camila ya iba inconsciente y roncaba… “mi niña duerme” se decía… “si, duérmase mi pequeña y descanse, que ahorita mismo la llevo al doctor” … le decía como si la niña le escuchara…”ese pinche brujo pendejo, debe estar loco, mira que decir que mi Camila, que es casi un ángel, tenga el diablo por dentro”…. “¡¡Malditoooooo brujoooo, chingas a tu madreeee, ojalá te pudras en el puto infiernooooo”!! …gritaba desconsolado, apretando con todas sus fuerzas el volante de la desvencijada camioneta que conducía por el camino de terracería. Manuelito, lo escuchaba en silencio abrazando contra su pecho a su pequeña hermana, presintiendo que el sueño de su hermana era un sueño malsano…
No bien habían llegado al crucero con la carretera federal Acapulco-Pinotepa Nacional cuando Camila en un estertor brusco dejó de roncar
“Papá, papá, Camila ya no ronca…y sus brazos están guangos” le decía Manuelito desconcertado
“Déjala descansar, ¿qué no ves que está profundamente dormida? Contestó Felipe extrañamente tranquilo. Felipe en ese momento sintió una gran calma, su coraje contra el brujo, la tristeza acumulada y el estrés se habían ido. Las lágrimas de sus ojos se habían secado y se apeñuzcaban en sus pestañas formando lodo por el polvo de la carretera de terracería.
“Ya mero llegamos con el doctor de San Marcos” pensaba en voz alta.
El trayecto del crucero a San Marcos se le hizo a Felipe muy corto; iba pensando en los días trágicos que estaba pasando, la muerte de su tía Alfonsina y su mamá Jovita en tan poco tiempo lo tenían desconsolado pero, como creyente católico, todo lo dejaba en manos de Dios.
“¡Papá, papá, ya llegamos a San Marcos!” le gritó Manuelito al ver que se pasaba del consultorio del médico que estaba a la entrada del pueblo.
“¡Ah sí mijo! es que vengo distraído” se justificó Felipe que de inmediato metió reversa para estacionarse frente al consultorio del médico. “¡Ora mijo, baja de inmediato a tu hermanita”!
Casi al mismo tiempo que Camila había dejado de roncar, allá en la casa de Felipe, su perro el Capitán, se revolcaba como si peleara contra algún rival. Los amigos de Felipe que permanecían en casa, asustados se santiguaban al ver que el perro peleaba a muerte contra un enemigo al que ellos no podían ver. La sangre de Capitán, que a borbotones salía de sus heridas, se esparcía por el patio. Pero igualmente el piso de tierra se manchaba con una substancia verde que de la nada también brotaba. Los rugidos de Capitán se confundían con los gruñidos de su rival, que sonaban huecos como venidos del mismo centro de la tierra, en esa pelea a muerte. Los ahí presentes pronto se dieron cuenta que el enemigo de Capitán huía del campo de batalla tan solo por que vieron un hilo de líquido verde que manchando el patio salía de la casa rumbo al río. Capitán pudo ver a su enemigo huir derrotado, antes de caer muerto en la entrada de la casa que cuidaba.
Despuès de haber revisado a Camila, el doctor se dio cuenta que ya no podìa hacer nada por ella. Camila habìa muerto por un paro al corazòn.
Felipe, siento decirte que ya no puedo hacer nada por tu hija, lo siento mucho…
¡Ah cabròn, si usted no puede me la llevo a Acapulco! …
No, Felipe, nadie puede hacer nada por Camila, ha muerto.
Felipe sintiò como si una pesada roca lo golpeara en la cabeza y cayò desmayado.
Para cuando Felipe recobró el conocimiento, se encontraba en su cama, su esposa y el médico de San Marcos estaban al pendiente de él. Camila, en la sala, en una cama improvisada de otates y envuelta totalmente con una sábana blanca, esperaba su caja.
Felipe, comenzaba a recuperar la razón y a darse cuenta de su desgracia …
¡No, no quiere vivir! se decía así mismo.
¡Quiero morir! le insistía al médico.
Felipe, pero si te mueres ¿Quién va cuidar de Manuelito y Jacinto? ellos todavía son unos chamacos que necesitan de su padre. Le suplicaba llorando María su esposa.
El médico le aplicó un sedante y en poco tiempo Felipe quedó dormido.
Para cuando despertó, al siguiente día, ya estaba todo listo para llevar a Camila al panteón. Sus amigos solo esperaban a que Felipe despertara.
Ándale Felipe, ya estamos listos, vámonos. Le dijo su esposa conteniendo las lágrimas. Felipe obedeció por instinto y salió a la sala en donde estaba su adorada Camila en el ataúd. Todos los ahí presentes se acercaron a abrazarlo y darle sus condolencias; él, impávido, sin mover los brazos y en silencio, se dejó abrazar por todos sus amigos.
Pronto le dijeron que tenían que cargar el ataúd, Felipe pidió ir al frente solo y sus dos hijos atrás. Él podía haber cargado solo a su Camila, pensaba, pero alguién tenía que ayudarle para equilibrar la caja. Se colocó el ataúd en la cerviz y así, con la mirada baja recorrieron el trayecto de su casa al panteón.
Ya se sabía el camino de memoria, conocía hasta las pequeñas piedras que se encontraba a su paso y como no, si ya lo había recorrido dos veces en poco más de dos meses.
¿Por qué te fuiste mi amada hija? iba preguntando en silencio. Si sabes muy bien que te amamos mucho. Se repetía una y otra vez, sin soltar una sóla lágrima.
De pronto, sintió que su adorada Camila pesaba más y más, si, como hace apenas dos días le había pasado con su mamá. ¡Hijooos, aguanten que su hermana ya se puso pesada también! les gritó a sus hijos. ¡No papá, no pasa nada, todo sigue igual! le contestaron sus hijos tranquilos.
Pronto entendió Felipe que ese mensaje era solo para él. ¡Su Camila no quería verlo con la cabeza gacha! porque al sentir el peso, se obligó a meter las manos y a enderezar la cerviz, levantar la cara, apretar los dientes y así hasta llegar a la fosa que la esperaba para el descanso eterno.
Mientras el féretro era bajado al fondo de la fosa y lo iban cubriendo con pausadas paladas de tierra, él en silencio, reclamaba a Dios por sus recientes desgracias. ¡¿Por qué Dios, por qué a mí?! …pero no obtuvo respuesta.
Hoy en día, Felipe, el hombre más triste de Las Lechugas, deambula por las calles de su pueblo, acompañado de su perro el “Capitán”, que solo él puede ver, con la cara en alto y mirando al cielo como esperando respuesta a sus desgracias.
FIN.
on