Por Alejandro Gutiérrez Sauri
Tuve el gran honor de asistir al homenaje póstumo a mi tío José Agustín Ramírez Gómez celebrado en el palacio de Bellas Artes.
Asistí a este evento a invitación de su hijo, mi primo Andrés Ramírez Bermúdez, a quien tuve la suerte de conocer el pasado 1 de diciembre en la feria Internacional del libro de Guadalajara.
Debo admitir que traté muy poco a mi tío José Agustín, no me voy a adornar diciendo lo contrario; lo saludé un par de ocasiones en Acapulco y charlamos muy poco. Lo que recuerdo de esos encuentros es su efusividad y buena onda, siempre sonriendo y tratando de ser amable.
Mi hermano Armando y mi primo Javier tuvieron más suerte que yo, ya que lo visitaron a Cuautla y convivieron con él ya mayores. Hasta hay una anécdota muy divertida de ese encuentro.
Además, mi hermano lo recibió en el Parador del Sol cuando era gerente junto con su familia.
Confieso que yo siempre anduve más tiempo en la circunferencia de la familia, nunca fui el más social del clan, quizá eso me impidió conocerlo un poco más.
Solo recuerdo que mi papá se refería a él, riéndose divertido, como un niño genio que había estado en Cuba para apoyar la revolución cubana a los 16 años y que se había casado para hacerlo.
Y lo más relevante para nosotros es que le donó sangre a mi hermano Armando en la Cruz verde, cuando lo atropellaron. Por ese simple acto ya estábamos en deuda con él y ya lo queríamos.
Además, mi mamá me decía que José Agustín quería mucho a mi papá, que incluso mi papá había vivido con él en casa de mi tío Guto y mi tía Hilda en alguna etapa de su vida.
Por todo esto, pese a casi no haberlo tratado, siempre guardé por él una gran admiración y respeto.
En ese sentido, como también decía mi madre, que no era muy culta, pero si muy sabia “la sangre llama”.
Soy, además, su lector; aún conservo los tres tomos de la tragicomedia mexicana que escribió y que me provocaron al leerlo, al mismo tiempo hilaridad y reflexión acerca del sistema político mexicano y su autoritarismo, así como las novelas; se está haciendo tarde (final en laguna) y Ciudades desiertas, así como un libro de cuentos en cuya portada John Lennon viaja en el metro del entonces Distrito Federal.
Confieso que no he leído sus novelas, De Perfil y la Tumba, así como Cerca del fuego y me comprometo a hacerlo.
Mucho se ha escrito ya en diferentes medios nacionales sobre su vida y su obra, por gente más especializada en esas andanzas que yo y que lo conocieron mejor, por lo que no reiteraré demasiado lo que ya es del dominio público.
Solo mencionaré que, como lo señalaron, su amigo, el poeta Alberto Blanco, su hijo José Agustín y la escritora Elena Poniatowska, el mismo José Agustín se habría sorprendido de que lo homenajearan en un lugar tan solemne como el palacio de Bellas Artes, a él que era el “gurú de la contra cultura”, “el jefe de la onda” a quien esos convencionalismos le “valían madre”.
Tanto Alejandra Frausto Guerrero, Secretaria de Cultura del gobierno de la república, quien dio el pésame del presidente López Obrador a su familia, como su hijo José Agustín, la poeta y ensayista Elsa Cross, su comadre, y Elena Poniatowska resaltaron su irreverencia y su gran sentido del humor, así como su juvenil forma de expresarse que le permitió llevar vientos frescos al catedralicio de la literatura de su época, anquilosado en las formas estrechas de literatura predominantes.
Sirviendo, así como un ejemplo para otros jóvenes que se sintieron identificados con él porque hablaba su mismo idioma, el de los “greñudos” y de las “niñas con minifalda”, señaló Poniatowska; aunque yo creo que era más que eso, pienso que mi tío hablaba de las inquietudes y confusiones de los jóvenes de la generación del 68, de sus deseos y anhelos, de la búsqueda del sentido de la vida y de la contracultura y al leerlo miembros de esa generación y posteriores se identificaron con él, como es el caso de Luis Villoro, entre muchos otros, porque al fin había alguien que hablaba de las cosas que les interesaban y con las palabras que mejor comprendían.
En ese sentido, José Agustín fue el primero en incorporar el lenguaje coloquial de su época a la literatura, en su novela De Perfil, que escribió con tan solo 16 años y que fue publicada a instancias de Juan José Arreola su mentor en el taller de literatura que este impartía. Eso fue un parteaguas para la escritura que se llevaba a cabo hasta entonces.
En ese sentido, abrió caminos que otros transitaría posteriormente.
De lo escuchado durante el evento en cuestión destaco que nadar contra corriente, como lo hizo mi tío, no es fácil, y desafiar el orden establecido, menos, porque hay que enfrentarse a mucha incomprensión y hasta críticas y menosprecios. Sin embargo, solo quien se atreve deja huella.
Mi tío se atrevió.
En este evento se habló de sueños; tanto Elsa Cross, como su hijo José Agustín hablaron de que lo soñaron y de que hablaron con él y de que lucía tan sonriente y jovial como siempre. Me imagino a mi tío, en alguna parte no muy lejana, siguiendo este evento, muy divertido. Finalmente, no es de sorprender que así haya sido, que se haya aparecido en sueños, ya que mi tío llevaba un registro de sus sueños ¿Por qué no habría de ser parte de su sueño después de desencarnar?
Practicante de yoga, I ching y seguidor de las doctrinas de Jung, así como amante y gran conocedor del rock y de la psicodelia como métodos de búsqueda de la expansión de la consciencia, mi tío encontró en la literatura su camino y abrió las puertas de la percepción de adentro hacia afuera.
Su gran guía para lograrlo fue la intuición, como recordó su hijo Jesús, quien contó que al final de un evento en el que lo homenajearon en Saltillo, su papá dijo la siguiente metáfora:
“Yo estaba ciego y me guiaba como los murciélagos, por la intuición”
Un padre diferente, contador de cuentos interminables, que rompió con las formas establecidas y escribió desde el fuego, a quien un accidente inexplicable en 2009 nos lo arrebató. Faltaron sus consejos y su presencia, pero no su amor, dijo refiriéndose a él su hijo Andrés en una emotiva carta de despedida.
Esposo amado y gran maestro como lo describió su esposa Margarita Bermúdez, quien permaneció 60 años casada con él.
Sin duda, las letras mexicanas están de luto porque ha muerto uno de los más grandes escritores que ha dado este país.
En especial, está de luto Acapulco, porque ha muerto un gran acapulqueño, que, aunque no nació, por un mero accidente, en el puerto, siempre se asumió como tal.
Honremos su memoria leyendo su obra y desafiando nuestros propios condicionamientos. Finalmente, todos buscamos las mismas respuestas.